lunes, 7 de febrero de 2011

Un día sin vos.


Estaba lavando los platos cuando me dijiste que te ibas a comprar puchos y me besaste en el cuello. Por supuesto, no te creí y mientras cerrabas la puerta supe que esa sería la última vez que te vería. Puse el plato que estaba enjuagando en el lavavajillas, pero de repente todas las cosas me parecieron sucias y las puse de vuelta en la pileta. Al fin de cuentas, vos no volverías, y la grasa jamás se iría de este cuchillo, sin importar cuánto detergente usara. Naturalmente, no podría seguir acá sin vos, no en el departamento cuyas paredes estaban marcadas por nuestros besos. Tampoco podría quedarme en esta ciudad que tantas veces recorrimos juntos de punta a punta. Me tomaría un colectivo sin rumbo, me bajaría en cualquier lugar y empezaría a caminar sin dirección. En algún destello de lucidez se me ocurriría encaminarme a la terminal de trenes y compraría un boleto a Buenos Aires. Si, iría a aquella ciudad que tanto te desagradaba. Allí podría ser tan invisible por fuera como me sentiría por dentro. La gente que se percatara de mi presencia sombría pensaría que estoy mentalmente desequilibrada, con mi desarreglo y mi actitud ausente. Pero no me importaría, porque allí no me cruzaría a la misma persona dos veces. Tampoco volvería a verte. Conseguiría un empleo precario como repositora en un supermercado chino. Tal vez tendría la suerte de poder trabajar tantas horas al día que el cansancio no me dejaría pensar en vos cuando llegase a la destartalada pensión. Probablemente algún aficionado a la psicología barata con complejo altruista intentaría ayudarme a superarte, pero desistiría al segundo intento. Lorenzo, el empleado de la verdulería, se sentiría atraído por mi aire nostálgico y mi mirada ausente. Pensaría que en mis trances silenciosos recordaba los maravillosos paisajes marplatenses, pero por supuesto, no sería así. Estaría pensando en vos, y en tus malditos cigarrillos. Estaría extrañando tu mirada inocente y sincera, tan sincera que solía poder adivinar lo que estabas pensando. Estaría suspirando todos nuestros besos y nuestros abrazos. Estaría llorando cada centímetro que nos separara, cada abismo que me alejara de vos. Estaría desgarrándome internamente porque todo me recordaría un nosotros que ya no existiría nunca más. Pero Lorenzo trataría de seducirme constantemente con halagos e invitaciones que yo ni siquiera me tomaría la molestia de rechazar educadamente. Él seguiría insistiendo y yo seguiría negando. Pero los días serían extenuantes, y las noches un calvario sin crucifixión final. De tanto en tanto me confundiría y creería haberte visto por la calle o en el tren, pero sólo sería una ilusión. Y sólo eso bastaría para hacer saltar los puntos que nunca hube de coserme y disparar el dolor que tanto intentaba matar con la rutina. Serían noches irreales de clonazepam y días de dolor de cabeza constante. Con el tiempo la fortaleza de cuatro paredes iría derrumbándose y volvería a adquirir la capacidad de llorar. Y lloraría y lloraría y lloraría. Finalmente, le diría que sí al chico de la verdulería. Saldríamos a comer, iríamos a ver un Boca-River, veríamos una película romántica yanqui en el cine. Una noche Lorenzo inventaría una pestaña en mi ojo e intentaría besarme, y yo sin ninguna clase de sentimientos, no haría anda para impedirlo. Luego nos iríamos a vivir juntos y al poco tiempo tendríamos a una hija llamada Catalina. Pero yo no sería capaz de ser madre y mucho menos de alguien que no fue producto del amor sino de la soledad y el desamparo. En un día de sincera conciencia agarraría mis cosas y partiría hacia Rosario, dejando atrás la máscara de felicidad que nunca nadie creyó. Estaría caminando por sus calles cuando de repente me toparía con tu singular forma de caminar, tu rostro, tus gestos, tus palabras, tus ojos. Parpadearía muchas veces antes de darme cuenta que realmente estás enfrente mío y que acabás de dejarme un paquete de cigarrillos en el bolsillo del buzo. Me besaste en la frente, me sonreíste y me preguntaste si me pasaba algo. Yo te devolví la sonrisa y te dije que no, que no me pasa nada y seguí lavando los platos. Porque nunca podrías saber qué me imaginé de mi vida sin vos.


15/09/09 22:33

7 comentarios:

  1. relato circular, monólogo interior.
    perfecto!

    mil besos*

    ResponderEliminar
  2. no puedo creer esta creacion. Tan compleja como simple. mencanto

    ResponderEliminar
  3. empecé a leer de atrás para adelante, te iba a firmar en el de la hoja diciendo que me había gustado mucho
    seguí leyendo, y también me gustó el de la flautita o fugazza; te iba a poner ahí que me habían gustado esos dos
    pero después de leer este, tengo que escribir acá: me gustaron esos dos, me encantó este

    ResponderEliminar
  4. Cuando leo algo así pienso que me gusta y no se que más decir. Pero no el "me gusta" trivial de feisbuk, sino como esas cosas que te gustan, porque te llegan. Entonces generalmente no comento nada. Aunque ahora intento comentar igual, porque cuando unx escribe, a veces necesita que lo lean, y cuando lo leen, a veces necesita saber que lo leyeron. O bueno, algo así, no sé.

    (Soy Lu, pero no le cuentes a nadie =P)

    ResponderEliminar
  5. Me encantaan los laberintos como este

    muuy bueno
    =)

    ResponderEliminar
  6. El final me gusta. Tantos, tantas que nunca sabran como otros imaginaron sus vidas sin ellos.

    ResponderEliminar